jueves, 8 de octubre de 2009

"El Dia que la Twitter se Detuvo"...








Por El profeta Tim-Oteo en su Epistola 2.0
a los Twittalonisenses

Lo vi venir ... esto es apocaliptico ... escrito esta "pobres de los que en aquellos dias presionen "update" y solo puedan leerse ellos mismo. la Gran Ballena deborara cada Reply, cada Hashtag, cada DM y cada TrenTopic. Intentaran presionar una y otra vez F5, pero todo sera en vano. La alerta de TweetDeck no retumbara mas en los oidos de aquellos que alguna vez se embriagaron de las mieles de las Twitpics... Pervirtieron su camino, y se apartaron de las aplicacionnes de Facebook y los zumbidos del Messenger. En pago de su trasgresion sera quedar @ solas y Unfolloweados por la Gran Ballena que apago los trinos de aquella pobre ave azul... ""

lunes, 5 de octubre de 2009

Agítese Antes de Usar...








"Nunca podemos quedarnos, hija.
Nadie puede quedarse donde le gustaría"
Thomas Harris.


Desconsolada frente al espejo miré el reflejo de mis ojos y en ellos mis ojos reflejados me miraban tristes por mi suerte. Por mis rodillas se coló hacía el resto de mi cuerpo el cruel frío del suelo, mi postura de virgen inmaculada parecía burlarse de mi tragedia; fue entonces, ahí arrodillada, cuando tomé la decisión. Afuera, cuatro personas discutían el destino de tres, esperaba no tener que enfrentarlos para conseguir lo que me había propuesto. Salí de la habitación con toda la naturalidad que pude fingir. No estaba dispuesta a dejar que alguien más decidiera por mí. Sólo la mujer que no era mi madre, la mujer que no era nadie, dirigió su mirada hacia mí, los demás ni se inmutaron. Exageré los sonidos de todo cuanto hacía para que se dieran cuenta de que me dirigía a la cocina muy casualmente. En cada paso sentía todo el peso de mi cuerpo, temblaba como una masa gelatinosa a punto de colapsar, como una pirámide de naipes golpeada en su base, como una mujer golpeada en su orgullo.

Oraba para que nadie me detuviera. "Que no haya nadie en la cocina, Dios, haz que la cocina esté vacía" pedía olvidando que Dios no trabaja los sábados. Ha sido así desde el momento de la creación, y tal descanso no sería violado por los ruegos de una estúpida adolescente. Si todos guardáramos reposo los sábados nunca me habría encontrado en esta situación embarazosa y no se habría arruinado mi prometedor futuro, ese destino que me correspondía desde que el espíritu de Dios se movía sobre las aguas, cuando aún no había conocido al estúpido.

Mi hermanito trató de ignorarme y disimular toda la curiosidad de cargaba, pero dejó escapar una mirada furtiva que descubrí. Sacó un pedazo de salchichón de la nevera y se alejó más lento de lo que habría deseado. Me acerqué a la nevera explotando todas mis virtudes histriónicas y me serví un vaso de agua. Mis ojos buscaron con rapidez los cubiertos. Sólo encontraron un cuchillo útil a la mano, descartando aquellos que estaban sucios, como si la higiene fuera fundamental para lo que planeaba. Me aseguré que nadie me viera y luego lo tomé. Contemplé mi reflejo distorsionado por la lámina de acero inoxidable y me enfrenté en serio con mi dilema. De repente, el peso del cuchillo se hizo insostenible y lo dejé sin hacer ruido en su lugar. No. No tenía la fuerza que necesitaba. "Debe haber otra manera" me dije.

Encontré la solución en unos frascos de vidrio. Ágilmente busqué lo más fuerte y tóxico entre aquellos líquidos de uso casero hasta que encontré una botella de Baygón llena hasta la mitad. Sonreí. No por felicidad, sino por lo hilarante de aquella situación, pues si alguien se hubiese dignado a preguntarme cómo me sentía, sin dudar habría respondido que como una cucaracha. Cobró fuerza entonces la idea que tenía y me apresuré a entrar al baño antes de que alguien me sorprendiera con aquella solución entre manos.

Sentada sobre el inodoro observé una vez más mi imagen. Me veía marrón y rechoncha por el color y la forma de la botella que sostenía. Me imaginé gorda y deformada como mi madre, ya adelantada en la menopausia y con cuatro hijos encima, esto me alentó aún más; las mujeres suelen tener una vida patética en este mundo machista, sólo por su belleza o su astucia pueden sobresalir, pero al final son atacadas sin merced por el pasar de los años que despiadadamente transcurren llevándose a cuenta gotas todo lo que les vale. La fugacidad de la belleza es la mayor tragedia de las mujeres. Mis compañeras querían buscar pasarela entrando a facultades de diseño de modas o comunicación social mientras se entrenaban como modelos o actrices, hasta me miraban raro cuando decía que quería estudiar ingeniería genética o química. "Y precisamente gracias a la química pronto no precisaré de nada" pensé en es momento mirando el frasco de Baygón. "Composición: propoxur cero punto cinco por ciento", leí en la etiqueta.

Mi corazón latía aceleradamente y mi respiración era entrecortada, pero aún así pude reflexionar un poco y tuve un minuto de lucidez. Me dije que mi vida no podía verse reducida por cien mililitros de Baygón: "Quizá no sea suficiente", pensé desconfiando de la bondad del producto Bayer. Esperé en el baño el tiempo que me pareció prudente, bajé el tazón y salí escondiendo entre mi ropa el insecticida. Fui a mi cuarto a pensar. De nuevo la mujer que no era mi madre, la mujer que no era nada, fue la única en mirarme. Alcancé a escuchar algo de lo que decían pero me pareció, en ese momento, que no era de mí y de mi tragedia, pues discutían algo del olor de las rosas y de los claveles.
Ya en mi habitación metí mi mano en el escaparate buscando otro envase, éste era de plástico transparente pero finamente diseñado. Fue lo único que se me ocurrió. En su interior: Eau de Toilete con esencia de almendras, un regalo del estúpido. Me pareció cínica esa situación, por culpa de él moría y gracias a él moría. Aún rebajada al grado de cucaracha seguía odiando al estúpido y maldiciendo el día en el que lo conocí. Quería vengarme haciéndolo sentir culpable por arruinar mi vida. "Una sola vez no es peligroso, más fácil es ganarse el Baloto" me dijo el estúpido tratando de convencerme, hasta llegó a afirmar que el riesgo lo hacía más excitante y no sé qué pretendía al decirlo. ¿Cómo pude dejarme llevar? No encontré mi reflejo por más que lo busqué, el plástico sólo dejaba ver su contenido, una solución a base de alcohol. La ironía seguía burlándose de mí, el alcohol me había metido en esto y el alcohol me sacaría.

Me senté en el piso frío apoyando mi espalda contra el espejo evitando hacer cualquier ruido. Pensaba en cuál debería ingerir primero, el veneno o el perfume. "Con el perfume paso el Baygón" decidí, y bebí con rapidez todo lo que pude y al sentir el sabor amargo del propoxur intenté aplacarlo con el perfume, que imaginaba tendría un dulce sabor fatal. Arrugué la cara mientras sentía bajar hacia mi estómago el mortal cóctel que acababa de inventar. Las nauseas no tardaron en aparecer, eran infinitamente más insoportables que aquellas que venía experimentando en los últimos días. Cada segundo era una eternidad desesperante, recordé en alguno de ellos la etiqueta del frasco de vidrio: "Baygón es un producto de una eficacia singular y alta calidad que garantiza un efecto instantáneo". Comencé a retorcerme aguantando las ganas de vomitar, escupí tratando de apartar de mi boca la amarga combinación de propoxur y del Eau de Toilete, esperando ya sin ninguna esperanza la eficacia singular y el efecto instantáneo. Pasé mis brazos alrededor de mi vientre y regañé por primera vez a la criatura que invadía mi espacio desde de mi más profundo interior y que no supo pedir permiso: "Eres el culpable, tú eres el culpable de todo esto" repetí hasta que la catarsis fue inevitable.

El olor del vómito se extendió a toda la habitación y escapó bajo la puerta hacia la sala llamando la atención de los cuatro que improvisaban una boda. Sentí que me desplomaba y que escapaba también con aquel olor nauseabundo rumbo a la eternidad. Huía de toda necesidad, me despedía de la vida y recibía el vacío, corría a través del túnel oscuro hacía el brillo de pureza al final, cada vez lo veía más cerca... me abrazó una sensación de plenitud que emanaba de la luz, me acogía, me llenaba de ella, me esperaba. Sentí una gran satisfacción cuando la alcancé.

Desperté sorprendida en una habitación amplia de paredes blancas y sobre iluminada que no reflejaba más que tristeza y enfermedad. Reventé en llanto desconsolada cuando mi madre me abrazó. No lo había conseguido. Lo que seguía era peor, tener que aceptar mi error y enfrentar a quienes querían pensar por mí, autodeterminarme, tomar mis propias decisiones con firmeza pero sin estar segura de ellas y vivir el resto de la vida sabiendo que quizá me había equivocado. Así es como ahora tomo la decisión de entregarle a ustedes a mi hijo, creyendo que la adopción es la mejor opción que ambos tenemos pero sin la certeza de que en realidad sea así...