martes, 19 de enero de 2010

Cuento de Año Nuevo... (Final)




(Para saber como comenzó esta historia, favor dar click aquí)

El cuerpo de Eduardo retrocedió de manera brusca y cayó sentado en el piso.
Aquel diáfano suelo, de nauseabundo olor a blanqueador e hipoclorito, se vio salpicado por las gotas de sangre que emanaban de la nariz de Eduardo, el cual lo único que podía hacer allí sentado era tratar de salir del estado groggy en que se encontraba después del golpe.
Tomaba la nariz con su mano. Cerraba los ojos, y luego la miraba llena de su sangre.

Varias enfermeras, luego de salir de la perplejidad en que quedaron al ver a alguien que alguna vez fue su superior, tumbado allí en el suelo, corrieron a auxiliarlo.

Mi mamá se desmayó, y lo único que evitó que se golpeara contra el suelo, fue la reacción ágil de mi hermano Víctor, quien de inmediato la puso en una de las sillas de la sala de espera, del pabellón de urgencias, de aquel hospital.

Un guardia de seguridad apareció en aquel instante y empezó a hablar con una de las enfermeras que había presenciado lo que sucedió un minuto atrás en aquel lugar. Intercambiaban palabras sin quitarme la mirada de encima.

-¡Víctor dame las llaves del auto!- le grité

- ¡No las tengo! El carro se quedo donde mi abuelo. Nos vinimos en el auto de mi mamá, y mi papá se lo llevo para la casa cuando fue a buscar las vainas para quedarse con Erika!

Jueputa y ahora que hago?-- pensé.

El guardia se dirigía rápidamente hacia mí, mirándome fijamente.
Yo solo podía mirar a Víctor al lado de mi mamá quien también era atendida por una enfermera quien con un algodón bañado de alcohol trataba de reanimarla.

Miré a Eduardo fijamente y podía sentir que me quería decir muchas cosas, pero en su mirada también podía ver temor.

Salí corriendo de allí. Mi mente no tenía cabida para pensar en otra cosa que no fuera mi padre.

Al salir totalmente del hospital detuve el primer taxi que pude. Le di la dirección de mi casa al conductor y le dije que le daba el doble de la carrera si llegaba en menos de 10 minutos.

Tomé el celular y llamé a mi padre. Nada. No había respuesta alguna de mi papá.
Intente varias veces pero siempre terminaba escuchando la voz grabada de la operadora que me indicaba la que la llamada esta siendo transferida al buzón de mensajes de voz.

El taxi zumbaba a toda velocidad por las calles emparrandadas de aquella ciudad aquel primero de enero del año 2006.

Opté por llamar al teléfono fijo de la casa, esperando que mi papá lo contestara. Un ring... Dos ringnes... Tres ringnes. Nada. No había respuesta hasta que escuché al otro lado de la línea un leve clic, a lo que grité: ¡PAPÁ!

Una voz femenina me respondió: "Hola en estos momentos no nos encontramos en casa. Por favor deja tu mensaje después de la señal… ¡bye!"

Mis ojos jamás hubiesen estado preparados para poder contener el tsunami de lágrimas que se desbordaba por ellos. Acababa de escuchar la voz de mi hermana Erika en la grabación de la maquina contestadora.

Sollozaba fuertemente al recordarla y al saber que ya no volvería verla con vida.
Mientras lloraba, podía sentir como el taxista me miraba de reojo por el retrovisor, pero no me preguntaba nada. El solo se limitaba a hacer su oficio, conducir.

-- ¿A la izquierda o a la derecha, joven? - pregunto el taxista. Cuando levante la mirada y enjugue mis ojos para ver a que se refería. Sin darme cuenta llegamos a la cuadra donde quedaba mi casa.

-- Déjeme aquí… ¿Que le debo? No había terminado de contestar el señor cuando lo interrumpí dándole un billete de 20 mil y diciéndole: tome aquí tiene... Gracias.

Me bajé del taxi y pude ver que había vecinos celebrando un año nuevo que comenzaba con buenos deseos y con propósitos por llevar a cabo.
Yo en ese momento estaba lleno de confusión. Aun no sabia si todo era una pesadilla de la que quería despertar, pero aunque así fuese, no sabia de que manera hacerlo.

-- ¡Feliz año Juan José! me gritó una vecina a la cual ignoré por completo y empecé a correr hasta la puerta de mi casa.

Pude ver que el auto de mamá estaba allí parqueado, y que las luces del segundo piso de la casa estaban encendidas.
Saqué las llaves de mi chaqueta y abrí la puerta. Me dispuse a entrar a toda prisa pero algo me lo impidió. Algo dentro de mi me decía "cálmate no quieres que tu papá te vea así. Tienes que darle ánimos y fortaleza".

Sequé mi rostro con la manga de la chaqueta, tomé aire y lo exhalé de inmediato.
La única palabra que cruzaba por mi cabeza era: fortaleza.

Al entrar en la casa sentí ruidos. Desde el hall puede escuchar el sonido de la televisión del estudio que estaba encendida. Me parecía escuchar el canto de niños deseando un “cumpleaños feliz”.

Me dirigí rápidamente al estudio esperando encontrar a papá allí. No fue así. Lo único que pude encontrar fue la televisión encendida mostrando imágenes de la celebración de los cinco años de mi hermana.

Las luces del estudio estaban apagadas. Busqué el interruptor en la pared y las encendí.

Quedé perplejo al ver el cuadro que presencié cuando las luces invadieron el estudio. En el suelo de la habitación se encontraban regados los cassettes de video de las grabaciones que habíamos hecho a lo largo de los años de fiestas, viajes y vacaciones familiares. Los álbumes familiares también estaban abiertos y habían fotos de mi hermana fuera de su lugar y regadas por todo el suelo.
Fotos de Erika recién nacida; de su bautizo; de su primer año y de todos los demás cumpleaños; bañándose desnuda en el patio de la casa; en su primer día de colegio; con el yeso puesto cuando se fracturó el brazo; en Disneylandia; con los abuelos; con Víctor y conmigo; con papá y mamá en la finca; con sus amigas del barrio donde crecimos; sus quince años; su grado de bachiller; con su exnovio Efraín; en la universidad. En fin. Fue ver en cuestión de segundos el trascurrir de la vida de mi hermana en aquellas fotos que tapizaban el suelo de la habitación.

Aquella escena me había paralizado por completo.

-- ¡papá! – grité con todas mis fuerzas esperando que el me respondiera y así saber en que rincón de la casa encontrarlo.

Mi grito fue en vano. No hubo respuesta de mi padre.

Algo que llamó mucho mi atención, fue ver que había fotos también esparcidas fuera del estudio.

Salí del estudio y pude ver que había más fotos tiradas por el hall y que también había mas por las escaleras que conducían al segundo piso hacia nuestras habitaciones.

Seguí rápidamente el rastro de fotos que, estaba muy seguro, era mi padre el que lo había dejado. No me cabía la menor duda.
Subí las escaleras a toda velocidad.

¡Papá! – una vez más grité.

Busqué inmediatamente en su cuarto. Nada. No había rastros de mi padre.
Al salir de la habitación de mis padres, noté que las luces del cuarto de Erika estaban encendidas.

¿Papá? ¿Estas allí? – pregunté en voz alta, mientras caminaba lentamente hacia el cuarto de Erika.

Sentí que llegar al cuarto de mi hermana me tomaba una eternidad.

--¿Papá?

Al fin había encontrado a mi padre.
Lo encontré acostado en la cama de mi hermana. Al parecer, primero se había sentado en ella del lado de los pieceros, y luego se había dejado caer hacia atrás, hasta quedar en posición horizontal, pero con las piernas fuera de la cama.
Papá abrazaba a “Tina”. Tina era la muñeca favorita de Erika desde que era una niña, e incluso ya grande, mi hermana seguía cuidando de Tina, según ella, “a escondidas”, pero todos en la casa sabíamos que aún lo hacía.

Estaba conmovido y a la vez entristecido ante aquel cuadro que presenciaba.
Apreté mis labios. De mis ojos escapó una lágrima que rodó por mi mejilla y que vi caer sobre mi hermana en una de las fotos que se encontraba en el suelo.
Pudo haber sido la escena mas tierna y emotiva que hubiese podido ver en toda mi vida, de no haber sido por el revolver, y la sangre que emanaba de la cabeza de mi padre.