domingo, 1 de febrero de 2009

Cuento de Año Nuevo... (Tercera Entrega)



(Para saber como comenzó esta historia, favor dar click aquí)

...Mi móvil vibró. Como invocado por mi anterior pensamiento, mi padre me estaba llamando.

-- Ajá apá!

-- ¡Nojoda, hasta que por fin entró la llamada! ¡Tengo como cinco minutos de estar intentando comunicarme contigo y con tu hermana pero nada!

-- Papi tu sabes que a esta hora es un milagro que salga una llamada a un móvil.

-- Aja. ¿Hey donde estas? Acá te estamos esperando. ¿No piensas venir?

-- Estoy en la 64 con 80 en medio de un trancón ni el hijueputa, por que un hubo un choque.

-- ¡Mierda! Tu hermana Erika tampoco ha llegado.

-- ¿Cómo así? – Pregunté extrañado, mientras veía llorar a la madre de aquel joven atrapado frente al timón, desconsolada.

-- Hace veinte minutos tu mamá habló con ella, y le dijo que ya mismo se venia para acá, y que el hermano de Paola la traía, pero la he estado llamando y no me puedo comunicar con ella.

--¡Jueputa esas son las vainas que hace Erika! ¡Ella hace lo que se le da la gana es por que tu siempre le has alcahueteado todo, papi!

-- Juan José, tu mejor que tus hermanos sabes que ella es y será la niña de mis ojos, ¡así ella se case!

-- ¡Bueno papi, pero es que sus niñerías nos afectan a todos, y siempre que...

-- Ok, deja el celo. – Me interrumpió mi papá. – Y sabes que... ¡Feliz año hijo!
Miré mi reloj y me di cuenta que lo que decía mi papá era cierto. Eran las doce en punto. El bullicio, comandado por la canción de año nuevo de la “Billos Caracas Boys”, acompañado de los pitos y las sirenas, invadió todas las calles de la ciudad.

-- ¡Feliz año viejo Juan! – Fueron las palabras que le dije a mi papá, en medio de unos ojos llorosos, al darme cuenta que era la primera vez que pasaba un año nuevo sin abrazar a mis familiares a las doce en punto de la noche.

-- Trata de llamar a tu hermana. Te quiero. Te paso a tu mamá. – Se despidió mi papá.

-- Aló? Mami?

-- ¡Juanjo mijo, Feliz a...

Esas fueron las palabras que pude escuchar de mi mamá antes que se cayera la llamada.
No me llené de rabia, pues sabia que a esas horas estarían congestionadas las redes de telefonía celular, así que hoy seria normal que eso sucediera.
Intente llamar a mi hermana a su móvil, pero nada todo era en vano.
Me preguntaba que donde carajos estaría metida esa niña caprichosa que mi padre tanto quería y protegía.

Un policía se le acercó a la señora de los chicles y le preguntó:

-- ¿Nada mas venían en el auto los dos muchachos?

-- No señor agente. ¡Atrás también venían dos niñas como de la misma edad de los pelaos!
Después del choque una de ellas, la mas “berraca”, se bajo del carro así toda sucia de sangre, y fue a ver al pelao que se salió por el vidrio. Se acerco a él, pero como le vio todo eso afuera, se devolvió para donde estaba el que manejaba...

-- El hermano era quien venia manejando. – Interrumpió el policía en forma afirmativa.

-- ¡Anda! Yo no sabía. ¡Pobre señora! – Dijo impresionada la señora poniéndose una mano en la cara.

-- Continúe. – Dijo el policía mientras le bajaba el volumen a su radio comunicador.

-- !Pobrecita! Entonces la niña le pegaba cachetadas y le gritaba al muchacho que le hablara. Pero nada. Luego se quito del carro y se echo a llorar. – Seguía relatando la señora mientras miraba que nadie se llevara algo de su mercancía.

-- ¿Después que hizo la muchacha? – Preguntó el policía.

--¡Espérese y le digo! Medio paquete en mil quinientos, señor —le dijo la vendedora a un hombre que tomaba un paquete de cigarrillos. -- Luego se abrió la puerta de atrás del carro y salió la otra muchacha arrastrándose y toda llena de sangre, tratando de hablar pero no podía.
Entonces la hermana del que venía manejando la cogió, la cargó y se montaron en un taxi que se había detenido a ver el choque.

-- ¿Recuerda algo mas? – Preguntó el policía.

-- No señor, sólo que la muchacha que salió arrastrándose del carro se veía muy mal.
En ese instante que la señora terminaba de hablar, otro oficial de policía se le acercó a su compañero.

-- Feliz año camarada. ¿Arrancamos el año bien bonito, cierto? – Dijo el policía que acababa de llegar, mientras sacaba una pequeña libreta de notas del bolsillo de su camisa.

-- Pues así parece. ¿Que tienes de novedad?

-- El “muñeco volador” se llamaba Ramiro Palma, tenia 19 años, y al parecer era muy allegado a la familia de la señora, por que ella se refiere a él como “ramirito”.
El “muñeco” tras el volante es el hijo de la señora, y se llamaba William Gómez, tenía 20 años y venía con su hermana y otra niña en el auto. La hermana se llama... déjame y te digo... lo tengo aquí apuntado...

En fracciones de segundo mi mente al escuchar el apellido Gómez, empezó a trabajar más rápido de lo normal. Recordé que la amiga de mi hermana Erika se llamaba Paola Gómez, y que mi papá me había dicho por teléfono que a Erika la iban a llevar a la casa Paola y su hermano.

En ese instante fui embargado por una sensación de angustia al esperar que mis sospechas fuesen ciertas cuando escuchara el nombre de la joven que viajaba con su hermano en aquel carro accidentado. Tanta era la desesperación que para no prolongar esa angustia en la espera de aquel nombre, que le grité al policía:

-- ¡Paola! ¿Paola Gómez?

Los dos policías y la gente que estaba a mí alrededor dirigieron su mirada hacia mi, algo atónitos por mi actitud. El policía volvió a clavar su mirada en aquella pequeña libreta y dijo: -- Aquí está. Gómez.... Jazmín Gómez.

Una lluvia de tranquilidad empapó mi cuerpo y mi alma. Eran las palabras, si se puede decir, más hermosas que había escuchado yo en ese comienzo de año.
Sentí que mi ser se llenaba de una cierta energía incomprensible. No aguantaba las ganas de llegar a casa de mis abuelos y abrazar a todos los miembros de mi familia. Es mas, hasta pensaba irme caminado o corriendo, para llegar lo mas rápido posible.

-- ¿Tienes noticias de a que hospital llevó la muchacha a su amiga? – Preguntó el policía que había interrogado a la señora de los chicles, sacándome así de la burbuja de sosiego que me rodeaba.

-- No. No tengo ni el nombre, ni el hospital a que fue llevada. Imagino que en minutos nos informaran desde la central por el radio comunicador.

-- Oiga señor agente, ¿y el perro que venia manejando la camioneta? – Preguntó un señor que hacia parte de la multitud de curiosos que presenciaba el accidente.

-- Ese man ya está en la comisaría. Se llama Tomas Javier Sánchez. Venía conduciendo en estado de embriaguez, y sólo se golpeo la cabeza contra el timón, y se fracturó tres costillas. Así es la vida.

--¡Esos hijueputas son los que se deben de morir, y nunca les pasa un culo! – Exclamó la vendedora de chicles.

-- La que si resulto herida fue su acompañante. Imagino que no era su esposa. —Afirmaba uno de los policías. – Ella sufrió rotura de cuello y fractura en las...—Se apagaba la voz de aquel policía en mis oídos, mientras me apartaba de aquella multitud.

Busqué entre la gente al conductor del taxi donde yo venía. Lo pude ver aún curioseando y hablando con otras personas a cerca del accidente. Sabía que ese taxista no podría hacer nada para sacar ese taxi de aquel trancón. Me dispuse a escabullirme en medio de la gente, y poco a poco me fui alejando de aquella horrible escena de fin de año.

Me dirigí dos calles abajo, en busca de otro taxi que si pudiera llevarme al destino de aquel viaje que había iniciado a las 11:35 de la noche del año anterior...

(Para leer la cuarta parte de esta historia, de click aqui)

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